El 2 de junio de 2010 , en un recorrido por la planta de la Empresa Socialista Aceites Diana, el teniente coronel Hugo Chávez Frías advirtió que “La única forma de bajar los precios es tomar el control obrero de las fábricas. Los empresarios que quieran trabajar con nosotros, bienvenidos. Los que nos declaren la guerra, repito, guerra tendrán…”.

Aquella frase no era una expresión nominal, expresaba en realidad la esencia del proyecto oficial encabezado por el presidente Hugo Chávez.

Había en aquella declaración al menos dos ideas fundamentales relacionadas con los actores principales del sistema productivo (Gobierno, empresarios y trabajadores): el control obrero y la guerra.

La primera, a su vez con un doble sentido: el discursivo, empleado como anzuelo para ganar adeptos entre las masas trabajadoras, fundamento de todo proyecto pretendidamente socialista. Y el sentido esencial que expresaba la premisa doctrinaria del control hegemónico del Gobierno y del Estado, en este caso, sobre los otros actores de la producción y su entorno. La segunda idea estaba orgánicamente relacionada con la primera, como ejes de un modelo de orientación totalitaria impulsado por la autoproclamada “Revolución Bolivariana”, evidenciando en el discurso y en la praxis su carácter no solo militar, sino también y sobre todo militarista.

Aquella orientación totalitaria de la “Revolución” podría tener sus raíces en los conceptos desarrollados por Ersnt Jünger y Erich Lidendorff (Rey, J. Dixit). El primero, analizando los hechos de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) afirmaba en La Movilización Total (1930), prólogo del libro Guerra y Guerreros que, “El despliegue de energías tan amplias, puesto que no basta con equipar a los que combaten, necesita que se extienda hasta el tuétano, hasta el nervio más fino de la vida: esa es la tarea de la movilización total”.

A lo cual agregaba que, “Durante la guerra, la lógica de ese proceso ha ido haciéndose más coherente; por ejemplo, el racionamiento planificado de las materias primas y de los productos alimenticios, la transformación de las relaciones de trabajo en relaciones de tipo militar (…) la lucha del general Ludendorff para reunir bajo una única autoridad los comandos político y militar”.

Por su parte, Ludendorff, refiriéndose al factor económico, articulado con todo el conjunto de factores intervinientes, señaló que “cada campo penetra en los otros y como no puede ser de otra forma en la guerra total”. El concepto de Guerra Total concebía así la completa subordinación de la política a la guerra, y con ello al Estado Total.

En el marco de aquellos conceptos, la orientación totalitaria de la “Revolución” no ha dejado espacios para la libertad básica requerida por éste y cualquier otro sistema productivo, condenándolo a un control que incremetado gradualmente pretende su destrucción o, en el mejor de los casos, su supervivencia “vegetativa”.

Llegado así el año 2014, el gobierno de Nicolás Maduro expresó su intención de continuar y profundizar la “Revolución”- ello, en un ambiente de altísima conflictividad generada, entre otras causas, por una muy delicada situación económica que obligó al Gobierno a “pactar” con sectores empresariales en el marco de la llamada “Conferencia Económica de Paz” (23-04-14).

Sin embargo, las pretensiones oficiales no han pasado de ser un simple eslogan publicitario y un artilugio político -“Un nuevo modelo productivo, diversificado, que rompa con el rentismo petrolero como mecanismo perverso de la realización de la riqueza nacional, que rompa con la dependencia de la renta petrolera para el desarrollo y la economía nacional” (Maduro, N. En: Conferencia Económica de Paz. Miraflores. Caracas. 23-04-14)- pues los indicios, en contra sentido, demuestran la escasa intención de revertir los fundamentos doctrinarios de la “Revolución”.

Por el contrario, las medidas normativas y económicas parecen reforzarlos y controlarlos con la cada vez más dilatada presencia militar, pues en una guerra como la económica, suprimir la “movilización total” en el sistema productivo, haría “…imposible desplegar en las masas su carácter esencial, es decir, su naturaleza de credo” (Jünger, E. Dixit).

En suma, el muy elevado costo político, el fanatismo doctrinario y los intereses particulares de algunos sectores oficiales, entre otros, hacen poco menos que utópico el desmontaje del modelo “revolucionario”, reduciendo a los actores principales de aquel entramado “bélico” a un mero papel de reparto, sin consciencia, tal vez, de que aquel es también el germen de su propia destrucción.

Por: Luis Lauriño/Investigador
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