La ética está conformada por principios, orgánica y sistemáticamente articulados, que determinan el comportamiento moral del hombre; mientras que este último se refiere a la observancia del conjunto de normas “tácitas”, definidas en torno a las relaciones que se establecen entre los individuos en el marco de una sociedad. Por su parte, el trabajo, en la acepción que relaciona al hombre con la naturaleza, es una actividad transformadora que se constituye en el fundamento vital del desarrollo productivo de una nación. En consecuencia, la ética que se teje histórica y culturalmente en torno al trabajo, explica en buena medida el éxito material y espiritual de una sociedad.

En Venezuela, la evolución del desarrollo social de la ética del trabajo ha sido sinuosa, transitando desde momentos en los que se evidencia un estado amoral, por tener poco o ningún sentido del comportamiento ético del trabajo; llegando a un alto sentido del mismo, aunque pasando por momentos de inmoralidad.

Por ejemplo, cuando el diplomatico francés del siglo XIX, Francisco Depons, registró lo observado en torno al trabajo en Valencia sentenció que: “Para ellos [los valencianos], el trabajo, patrimonio de los plebeyos, podría dar lugar a que se desconociese la nobleza que habían heredado de sus abuelos. No concebían que un hombre fuese digno, si no pasaba su vida tendido en una hamaca o recorriendo las calles espada al cinto. Cualquier otra cosa les parece vil, innoble y despreciable”[1]. Y a propósito de lo observado en Coro afirmó: “En general, los habitantes de Coro, son, cuando menos, tan apegados, como los demás Españoles a la vida sedentaria y ociosa. Muchos de ellos se enorgullecen de descender de los primeros conquistadores y creen que se les seca el árbol genealógico si lo riegan con el sudor de la frente. Basta esto para indicar que en la ciudad abunda la nobleza y falta la riqueza y que hay en ella más perezosos que trabajadores[2].

Pareciera lógico pensar que el desarrollo de la ética social del trabajo tiene como máximo responsable al Estado y sus gobernantes, a partir del ejercicio formal de su función pedagógica, tanto, como en el plano individual lo es la familia. Y fue precisamente la ética del trabajo de sus gobernantes y el ejercicio pedagógico de sus gobiernos los que hicieron posible que un sueño descrito en el año 1941 como aquella: “…escena que sucederá dentro de cincuenta años, en una población agraria de los Andes forjada al arrimo de una potente planta hidroeléctrica, en una población donde, en vez de los garajes para autos de lujo, habrá garajes para tractores; o bien en una ciudad industrial de la Gran Sabana, construida en la vecindad de las chimeneas de los altos hornos, donde obreros venezolanos estén transformando en materia prima para las fábricas venezolanas de máquinas esos mil millones de toneladas de hierro que en sus entrañas guarda, hoy inexplotadas, la Sierra del Imataca”[3]; se convirtiera, pocos años más tarde, en una realidad representada por obras de gran significado para la industrialización y diversificación económica del país: la Represa del Guri (1978) y la Corporación Venezolana de Guayana (CVG. 1960).

Sin embargo, la riqueza abrupta alcanzada por los ingresos petroleros, a partir de la explotación, a escala comercial, de los pozos Zumaque I (1914) y Los Barrosos II (1922), contribuyeron, aunado al estilo populista de algunos gobiernos, a la consolidación de una creencia colectiva de que siendo un país de “inmensa riqueza” material, sus ciudadanos eran merecedores incondicionales de una cuota que no requería contraprestación. De manera que, los problemas de los venezolanos se redujeron a un asunto de redistribución de la riqueza y no al esfuerzo productivo, en el que la función pedagógica del Estado y sus gobernantes asumiera responsablemente la promoción formal de una sólida ética del trabajo. Por el contrario, abundan afirmaciones que refuerzan la creencia y el espejismo de que el logro está reñido con el esfuerzo. Ejemplo de ello fue aquella hecha por el teniente coronel Hugo Chávez en un acto realizado en el Teatro Municipal de Caracas en el año 2012, en el que aseguró que: “Pdvsa ya no está en manos de la burguesía, que no le pagaba al pueblo lo que del pueblo es (…). La plata del pueblo se la robaron durante 100 años (…) las riquezas del pueblo son del pueblo, las riquezas del venezolano son para los venezolanos”[4].

De manera que, instalada esta idea en el ideario colectivo se constituye en un reto fundamental reconstruir el tejido ético del trabajo de nuestra sociedad, como condición sine qua non para la superación de la crisis estructural en la que se encuentra sumida la sociedad venezolana y en la que el rol protagónico de los líderes políticos en torno al ejercicio de su función pedagógica será determinante.

[1] Depons, Francisco. Viaje a la Parte Oriental de Tierra Firme. Caracas. Tipografía Americana. 1930. p. 419.

[2] Íbidem. p. 424.

[3] Betancourt, R. Antología Política. Volumen Tercero. 1941-1945. Editorial Fundación Rómulo Betancourt. Caracas. 1999. p. 317.

[4]En: http://blog.chavez.org.ve/temas/noticias/chavez-ahora-pueblo-se-beneficia-riquezas-petroleo/#.VQMWOIqG_F4. Recuperado el 13/3/15.

Luis Lauriño / Investigador

@luislaurino