24-10-2016
Como suele suceder a la hora de tomar medidas económicas o financieras, el gobierno venezolano siempre incurre en una serie de errores y desaciertos que terminan convirtiéndose en una suerte de tragicomedia incomprensible para los agentes económicos racionales, tanto del patio como del resto del mundo.

Algo de eso hemos visto con los sucesivos planes económicos bien nonatos o implementados a medias, y luego desechados y dejados en las cunetas del camino. El más reciente de ellos fue el sistema de cambios DICOM. Su implementación plena nunca se concretó y ha quedado en un limbo desde que su proponente, el casi olvidado Vicepresidente Económico Miguel Perez Abad, y hoy flamante banquero gubernamental, lo anunciara. Eso, aunque pareciera que sucedió hace lustros, no es así: sucedió tan sólo unos meses atrás.

Entre tanto, al mejor estilo de Eudomar Santos, la moneda se ha reposicionado en el rango de los Bs 650 por $, la inflación sigue su rumbo imparable sin que nadie desde el Banco Central de Venezuela o de Miraflores se moleste en reportar las estratosféricas cifras, pese a que todos las conocen por sufrirlas en carne propia. Y, por si fuera poco, la contracción económica continúa su marcha, al parecer irreversible. Mientras que, en términos per cápita, es posible que el ingreso ya haya retrocedido a niveles de 1960.

Surge la duda acerca de si tanta impericia y un manejo tan desastroso de una economía potencialmente entre las más prósperas y dinámicas de la región, se debe a puro desconocimiento, a desinterés por todo aquello que no sea de naturaleza política y de aferramiento al poder, o si, por el contrario, hay una “mano invisible” –y no precisamente la de Adam Smith- que nos esté conduciendo a infeliz puerto, y quién sabe a qué nivel de empobrecimiento y de encogimiento de la economía.

El más reciente capítulo de la tragicomedia nacional, desde luego, ha sido la forma como se ha manejado la posibilidad de canjear los bonos de PDVSA que vencen en 2017, por otros de mayor plazo. El proceso comenzó mal con una opacidad total, y la oferta de cambiar los títulos sin mayor incentivo fue la de una poco explicitada garantía de Citgo. Por supuesto, la reacción, tanto de los calificadores de riesgo como de los tenedores de bonos, fue de total desinterés.

Acto seguido la petrolera mejoró las condiciones con unos porcentajes de bonificación que no representaban suficiente incentivo, dada la percepción negativa que los mercados tienen sobre la errática economía venezolana y la propia PDVSA. Y como las colas para canjear no eran propiamente como las que se forman en los automercados locales, la petrolera postergó varias veces la fecha “definitiva” de canje, siendo la última el día viernes 21 de octubre.

Pero la última postergación se produjo con un nuevo ingrediente, ya que a la opacidad y al poco interés en explicar las bondades del cambio, se añadió el de una amenaza velada de que, de no llevarse a cabo el mismo en los términos que el emisor quería, podría irse a una situación de cambio obligado de los títulos. No hay que haber aprobado Finanzas 1.01 en cualquier centro de enseñanza universitaria, para saber que eso equivaldría a una cesación de pagos o default.

Como si fuera poco, y faltando 24 horas para la fecha límite, aparece una demanda por parte de una empresa fantasma ante el Tribunal Supremo de Justicia pidiendo un dictamen sobre la posibilidad del pago en bolívares en vez de en dólares, en los casos en los que los títulos hayan sido adquiridos con esa moneda en el momento de su emisión.

¿Cuál es el propósito de estas piruetas? Pudiera ser impericia y desconocimiento de cómo funcionan y reaccionan los mercados, es verdad. Pero también pudiera ser una jugada para deprimir el valor de los títulos y recomprarlos luego por debajo de su valor nominal. Finalmente, no hay que descartar que haya elementos dentro del gobierno que consideren que una cesación de pagos y un aislamiento total de los muy capitalistas mercados financieros, pudieran alinearse con sus objetivos de control político.

En cualquiera de los casos, se está jugando con fuego. El último país que lo hizo, fue Argentina a principios de siglo. Pero los argentinos, contrariamente a lo que le sucede con Venezuela, son autosuficientes y excedentarios en la producción de alimentos. Nosotros, en cambio, tenemos que importar hasta petróleo liviano para poder mezclarlo con el nuestro antes de exportarlo.

Aurelio F. Concheso / Ingeniero

www.laotraviarcr.blogspot.com

@aconcheso