Para la mayoría de los ciudadanos los temas monetarios suscitan un profundo suspiro de desinterés, cuando no una perplejidad, producto del desconocimiento de un asunto tan arcaico y que pareciera no ser de su incumbencia. No podría ser de otra manera, temas como ese no están en el debate económico diario de ciudadanos preocupados por una supervivencia precaria en un entorno de escasez e incremento virulento de los precios de los productos de necesidad diaria.

Pero como los alemanes de 1922, que sufrieron la primera hiperinflación clásica del siglo 20 quedando vacunados durante una centuria contra promesas populistas basadas en la masiva impresión de dinero sin respaldo, los venezolanos del siglo 21, que han sido expuestos a una de las políticas monetarias más irresponsables del pasado reciente, tienen el derecho, cuando no la obligación de saber dónde están la culpa y la causa de lo que padecen.

Explicado en términos sencillos, los precios se disparan cuándo la Autoridad Monetaria o Banco Central, ente que monopoliza la impresión o creación de dinero en un país, pretende complementar una recaudación de impuestos insuficiente para pagar la totalidad del gasto público imprimiendo más bolívares sin el respaldo de reservas adicionales. Es de Perogrullo que si había un millón de bolívares para adquirir un conjunto de bienes y de la noche a la mañana se ponen a circular cinco millones más para los mismos bienes los precios se van a disparar.

Pues eso, ni más ni menos es lo que ha venido haciendo el Directorio del BCV, como se desprende de las pocas estadísticas que ese instituto se digna a compartir con los ciudadanos a quienes se deben concretamente: los reportes semanales tanto de las reservas y el tipo de cambio oficial como de la liquidez monetaria. Para el 2 de septiembre de este año la liquidez se encontraba en 6,142.358 millones de bolívares, si ¡seis millones de millones!, y las reservas en 11,903 millones de dólares. Hace tres años, recién instalado el gobierno de Maduro había “tan solo” 911,950 millones circulando y las reservas estaban en $23,104 millones.

En otras palabras, de cada 100 bolívares que hay en circulación al día de hoy 85 de ellos no existían para septiembre de 2013, y de paso desde esa fecha las reservas en dólares descendieron a la mitad mientras que los bienes disponibles se contrajeron un 20%. No debe sorprender entonces que con ese desenfreno monetario, los precios hayan aumentado un 180% el año pasado y ya vayan por casi 500% este año. Pero el problema no queda ahí, por lo visto empeñados en apagar el incendio con una manguera que lo que dispensa es gasolina, el BCV sigue imprimiendo alegremente a una velocidad que hará que para septiembre del año que viene haya no seis, sino más de doce millones de millones de bolívares en circulación.

Mientras tanto, para mantener la falsa narrativa de que ellos no son los culpables de los aumentos desbocados de precios, el Ejecutivo persiste en mantener una ilusión de controles a través de la policía de precios del SUNDE en el que las autorizaciones de ajusta a empresas privadas formales se demoran meses que no años, contribuyendo así a profundizar el desabastecimiento de productos esenciales.

¿Incapacidad o diseño perverso? Escoja usted amigo lector, pero mientras lo hace no olvide el consejo de Lenin; “Si quieres destruir un país envilece su moneda”.

Si, por el contrario, todavía cree que lo hay detrás de este desenfreno monetario es la ignorancia o la impericia, tal vez vendría al caso hacerle llegar a quienes nos gobiernan el consejo que le diera el economista austriaco Ludwig Von Mises al Consejo de Ministros de su país en 1922. Von Mises accedió a dar su recomendación, bajo la condición de que fuera frente del Banco de la Nación en el Ringstrasse al filo de la medianoche vienesa.

Una vez reunidos, en el silencio nocturnal, se oían a lo lejos el sonido de unas máquinas que operaban en el sótano del Banco. “Oyen eso” les preguntó “es el ruido de las imprentas del Banco vomitando mas billetes, si quieren para la hiperinflación ¡paren las imprentas, paren las imprentas!

Aurelio F. Concheso / Ingeniero

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@aconcheso