Perspectivas
La nada nos consume


Cuando uno tiene hijos normalmente utiliza cualquier excusa para revivir la infancia. En mi caso, lo hago poniendo a mis hijos a ver las películas que marcaron mi niñez. Este fin de semana nos tocó "La historia sin fin" y todo cambia cuando para explicar su realidad, en lugar de disfrutar la experiencia de conectarse con la infancia, uno le consigue aplicación práctica y hasta filosófica a un cuento infantil.

A los que no se han leído el libro de Ende o no conocen la película, les voy a ahorrar trabajo. La "nada" consume al mundo de "fantasía" y todos van huyendo hacia la Emperatriz en busca de resguardo contra esa "nada". La Emperatriz está al borde de la muerte y todos dependen de un niño de 12 años para luchar contra la "nada". Este niño tampoco entiende por qué la "nada" lo consume todo alrededor.

La explicación a que la "nada" lo consuma todo, nos la da un lobo horrible (como diría mi hija de 3 años) quien le dice al niño que la “nada” es eso que queda después que uno pierde las esperanzas y que el propósito de la “nada” de apoderarse de todo es justamente arrebatar las fantasías a los humanos, pues "la gente sin esperanza es fácil de controlar y quien tenga el control tendrá también el poder".

En las empresas como en la vida, la gente también tiene esperanzas: fantasea con superarse, con llegar a dirigir la empresa, con llegar a tener una casa nueva o con hacer un viaje de vacaciones. Sus planes y esperanzas dependen en toda su extensión de su trabajo y de las posibilidades de "movilidad social" que el fruto de su esfuerzo pueda darles. En definitiva, la esperanza es algo necesario, útil y fundamental en todas las organizaciones.

Yo veía la semana pasada con mucha preocupación los planteamientos de las empresas representadas en el panel del excelente evento que organizó Actualidad Laboral, empresas decentes que luchan por producir en un entorno hostil y cuyos trabajadores también tienen esperanzas que dependen de la permanencia y sostenibilidad de esas empresas.

Escuchaba con atención como existe una innegable realidad para ese otro país que nos negamos a ver, país que aún cree en la bondad de los cambios impuestos a lo macho y que no piensa que tal como nos tocó a quienes pensamos distinto, terminarán imponiéndoles a lo macho un montón de cambios no deseados. Y así, poco a poco, nos consume “la nada”.

En ese mismo seminario, pude ver cómo los legisladores parecieran enfocarse en una sola realidad cuando las leyes son para todos y deben ser imparciales. Y pude ver cómo todos nos rechazamos entre sí, sin darnos cuenta que para tener un país completo hace falta que las dos mitades se unan, se respeten y trabajen. Por ello, también nos consume “la nada”.

Si recordamos el famoso discurso de Lorenzo Mendoza en las "mesas de paz" para combatir la "guerra económica", la claridad de su proposición sobre la inexistencia de una movilidad social en Venezuela nos mostró de frente una realidad chocante. Las clases más vulnerables han tenido (que no haya duda) más plata para consumir pero nada se logra si la gente no tiene un mejor acceso a la educación, sistemas de salud accesibles y posibilidades de que su trabajo mejore su calidad de vida.

Esta falta de movilidad social crea un gran reto para las empresas; ella se traduce en gente inconforme y frustrada, gente sin esperanzas, gente por así decirlo que la consume la “nada”. Como la cuerda siempre rompe por lo delgado, la culpa es de la empresa que “no me da un mejor salario”, que no me capacita, que no me da un mejor seguro médico, etc. Allí donde hay gente inconforme y sin esperanzas, entra “la nada”.

En nuestra vida diaria esa “nada” va consumiendo todo cuanto encuentra a su paso. La “nada” se come nuestro salario, acaba con la posibilidad de mudarnos de apartamento, se lleva nuestra posibilidad de una vacación (dentro y fuera del país) y no permite que los adultos tengamos las oportunidades de nuestros padres y que los jóvenes se alejen de las posibilidades que uno aprovechó antes que se las llevara “la nada”.

Como en la historia sin fin, la esperanza viene de donde menos uno se la espera. La esperanza puede ser un modo de pago más eficiente que el mismo dinero, pues en tiempos de dificultad la gente solo depende de la gente y las empresas son solo grupos de gentes con propósitos comunes. Conectarse con esos propósitos, en la adversidad de una situación que en nada depende de la empresa es tanto un reto como un imperativo.

La verdadera historia sin fin nace en las empresas, pues sin el emprendimiento y la creatividad no hay modo de levantar país alguno. La esperanza nace en esa fantasía sin límites del potencial humano que nadie puede arrebatarle a uno y por mucho miedo que le tengamos al futuro (y más al presente), no debemos perder las esperanzas y los directores de las empresas debemos impulsar un cambio que presione por la movilidad social que nos merecemos.

Los gobernantes conducen un país pero nunca tendrán el poder (a menos que se los demos) de conducir nuestras vidas y no pueden determinar el modo en que debemos vivirlas. En esas cuatro paredes que son las empresas y los hogares, el cambio debe ser el imperativo para evitar que la “nada” nos consuma.

A mis hijos les encantó la película a pesar que no tiene nada que ver con la tecnología que hoy caracteriza el cine de este género y a la que ya se han acostumbrado. Yo en lugar de disfrutar los recuerdos de mi infancia me quedé profundamente preocupado al entender que hoy en día la “nada” nos consume y la verdad es muy poco lo que hacemos para impedirlo.

Por: Ángel Mendoza/ Abogado
Twitter: @angelmendozaqui