Los cambios observados en los registros demográficos captados   en los censos nacionales,  reflejan  las modificaciones ocurridas  en la estructura de la población, provocadas, entre otros, por la urbanización acelerada, las transformaciones en el nivel educativo,  la   mayor disponibilidad de información acerca del proceso reproductivo,  y las mejoras en la salud y bienestar de amplios segmentos de la población, lo que ha llevado a modificaciones en el patrón de fertilidad de la sociedad.

Esto, ha permitido la  disminución de la tasa de natalidad, con la consecuente  baja  en el número de hijos. La situación varía de continente a continente: Europa envejece, Asia crece a una menor velocidad, la fuerza de trabajo se expande, y el desafío es generar empleo de un lado y por el otro, estar atentos al envejecimiento y los costos asociados a su seguridad.

África mantiene todavía una alta tasa de natalidad, mientras que América Latina, vive las ventajas del denominado bono demográfico, resultado de un  ciclo de crecimiento caracterizado por la  disminución de la tasa de natalidad, el crecimiento se estabiliza y se registra una situación muy especial al achicarse  la base de la pirámide.

Este hecho da la oportunidad de ajustar las políticas públicas a los cambios en la estructura. De nuevo se plantea la necesidad de pensar en el largo plazo, puesto que menos niños que se incorporan a la escolaridad, obliga a repensar la oferta de servicios, aprovechando las ventajas de una reducción en la demanda para mejorar sensiblemente la política educativa, recuperando calidad, permitiendo concentrar recursos en atender con propiedad a los niños y jóvenes que cursarán el preescolar, la primaria y secundaria, enfrentando en esta última  los retos de contenido y adaptación a las nuevas demandas del aparato productivo.

De allí la urgencia de atender los requerimientos de la fuerza de trabajo, fortalecer el aparato productivo, a fin de ampliar las oportunidades de empleo estable y bien remunerado, estrechar la relación ente este y el sistema de formación profesional,  lo que obliga a plantear estrategias destinadas a incrementar la inversión y el crecimiento de la economía, cuidando la flexibilización de los mercados, entre ellos el laboral, que deben ajustarse a la nueva estructura etaria de la población, ya que no podemos olvidar que por una parte disminuye el número de jóvenes que ingresan al mundo del trabajo y por el otro aumentará sensiblemente la población en edad de jubilación, impactando los costos de la seguridad social y la oferta de servicios especializados para ese grupo etario.

Por lo tanto hay que ir adaptando progresivamente la legislación laboral a las nuevas condiciones que se aproximan, a fin de dar respuesta tanto al ingreso como a la salida de la fuerza de trabajo, ya que puede darse el caso de que se requiere mano de obra joven y bien preparada por una parte, pero por la otra se retrasa la salida por las dificultades en el otorgamiento de jubilaciones y pensiones, lo que no facilita el ingreso con salarios adecuados a los jóvenes, lo que impulsa a la emigración de los más capacitados.

Esta situación, por diferentes razones se vive en el mundo de hoy, globalizado no solo en su aparato productivo sino en el mundo del trabajo, de allí la importancia de cultivar y retener el capital humano.

Maritza Izaguirre / Socióloga