Algunos titulares de prensa están sencillamente diseñados para desencajarnos. Hace poco leí uno ante el cual no supe si llorar o reír, pero lo que sí supe es que reflejaba el origen de todos nuestros males como país.

Un estudio “socio-antropológico” indicaba que algunos ciudadanos describían a Venezuela como una mujer  “actualmente desorientada y desamparada, que necesita de un Hombre-Líder fuerte, un Padre-Jefe de la casa que la guíe hacia un futuro mejor”.

Cuando leía comenzaban a tener sentido un montón de fenómenos paranormales de la vida laboral hoy en día. Sonaban en mis oídos reclamos de trabajadores que piden pago de salario cuando la viabilidad de la empresa es sencillamente insostenible; demandas de beneficios que ya perdieron sentido porque estaban atados a ventas o productividad y ya ni se vende ni se produce; quejas por esto y por aquello; exigencias sin aportes; señalamientos de culpables sin tomar en cuenta errores propios.

El Padre-Jefe, por esencia, está obligado, sin importar cómo, a traer la comida a la casa. El padre-Jefe criollo no explica de donde viene la comida, pero sus hijos siempre están alimentados, bien vestidos y aseados. Ellos dan por sentado que la vida es y siempre será así. La mujer no se preocupa de dónde viene la comida (en esta estructura patriarcal), sólo se preocupa cuando no hay comida. Por eso los niños (ver mi artículo “son como niños”) presumen que se les dará por el simple hecho de pedir. En esta estructura, la mujer no necesita realmente una “guía hacia un mejor futuro”, la mujer necesita al Hombre-Líder fuerte para que le garantice el mejor futuro aun cuando tenga que conseguirlo a “lo macho” y ella, ciegamente, seguirá la senda que trace el Padre-Jefe.

Esta banalización de la capacidad de auto-determinarnos, de tomar nuestras decisiones, de prevalecer por nuestra fuerza, voluntad y capacidades, se impone en la cultura de nuestro país. Este estudio, subraya un hecho que duele cuando pienso en mi decisión egoísta de quedarme en el país y apostar por ser capaz de construir con mi esposa e hijos, un futuro mejor en esta tierra.

Un líder no tiene que ser hombre; un líder realmente no se caracteriza por ser fuerte, por imponerse; un líder a veces ni siquiera es una guía, es simplemente una luz para alumbrar el paso que cada quien decide dar, de acuerdo a la bitácora propia. Pero ese estudio y esa conclusión tan anacrónica, pudiera ser cierta. Parece ser que el paternalismo exacerbado sigue siendo el sentimiento que nos mueve.

De verdad resulta impresionante que en pleno siglo XXI la gente todavía califique al país como un cascarón vacío, como si no tuviésemos cada uno de nosotros algún nivel de responsabilidad en cada una de las cosas que pasan. Además, me parece una falta de respeto tanto con las mujeres como con el país, que se califique a este último como “mujer desorientada”.

Hace nada murió un gran comediante, una persona que a través de sus películas sencillamente nos permitió soñar, reflexionar, reír e interpretar la vida con esperanza. Para el momento de su muerte yo desconocía sus adicciones y mucho menos hubiese pensado que alguien como él podría estar tan gravemente deprimido como para atentar contra su vida. Alguno se aventuró a escribir que la depresión es la eterna enfermedad de los creativos.

Esta pérdida muchos la sentimos cercana. Van unas cuantas generaciones que en sus películas consiguieron respuestas y remedios y que revivieron esperanzas en las salas de cine y el rectángulo (hace nada era un cuadrado) más apreciado de su hogar (debería ser la cama pero ya no lo es). Esta pérdida me hizo reflexionar mucho. Especialmente, me vino a la mente mi película favorita a la que le robé el título para este artículo.

Muchos la habrán visto, algunos no la recordarán, pero para evitar explicarla solo diré que hay allí una representación bien particular del cielo y del infierno. No es nada ligado a una religión particular. El cielo y el infierno son, por decir mi interpretación de la película, lo que nos dé la gana que sean. Vamos al infierno por decisión; vamos al cielo por mérito. Pero aún en el cielo y en el infierno, cada quien tiene el cielo o el infierno que desea tener.

En Venezuela debemos dejar de vivir de sueños, debemos buscar eliminar de nuestra idiosincrasia esa sensación de que necesitamos alguien para determinar nuestro futuro, de que alguien es responsable por nuestras decisiones. Mucha gente creyó en un modelo de país que simplemente no funcionó; no por eso dejan de ser menos venezolanos que cualquiera de los que no apoyó ese modelo. Pero nadie nos va a resolver nuestro mercado si no tomamos las decisiones correctas y al final los unos y los otros comemos, sentimos y vivimos bajo el mismo techo. La política y el liderazgo son importantes, pero lo determinante es uno mismo.

En Venezuela deberíamos vivir más allá de los sueños y recobrar la esperanza. En esta película el hijo del protagonista, molesto con su padre, le grita “no soy tan bueno como los demás pero eso no significa que vaya a rendirme”. Hoy estamos molestos con este modelo de Jefe-Líder-Padre pero muchos no se han dado cuenta de que la culpa es tanto del modelo como propia pero eso no significa que vamos a rendirnos.

Más allá de nuestras quejas, debemos seguir intentando contribuir a la solución; siempre la hay y siempre la ha habido. Vale la pena pues nuestra identidad y nuestra esperanza es lo único que realmente permanece.

Hasta hoy nos ha ganado la desesperanza pero el cielo y el infierno son sencillamente lo que nos provoque.

Ángel Mendoza / Abogado

@angelmendozaqui