Perspectivas
Ciudadano Execrado


Es un sábado cualquiera y me despierta un sobresalto. Mi esposa aún dormida, aprovechando las bondades del día de descanso, no advierte que me levanto abrumado. Veo a la ventana y noto como se aglomera un grupo de 60 personas en la cola del supermercado que tengo a menos de 100 metros de mi edificio. En diagonal, un comercio también registra las caras de 5 personas que esperan, simplemente esperan, algo que ni siquiera ellos saben qué sea. Veo el reloj y apenas son las 5.30 am. de un sábado cualquiera.

Ese mismo temor que me despertó y que seguro despierta a muchos de los que duermen y a otros tantos no les deja dormir, me hace entender que vivo otra ciudad, otra vida y otro país, singularmente distinto al que hace más de un semestre me hacía planificar el futuro de los míos y mi propio futuro. Hace un semestre la cosa no iba bien, pero nunca vi venir que podríamos estar tan mal al punto de ser imposible planificar, estimar, proyectar.

Quisiera no sentirme mal por estar en mi país, en esta ciudad que hace tanto hice más mía que mi ciudad natal; quisiera haber estado equivocado en tantas cosas y no haberme equivocado en tantas otras. Como muchas personas, estoy en un país que pareciera rechazarme y mientras más le quiero más me golpea.

Como cualquier profesional, la imposibilidad de planificar hasta las cosas más básicas me sofoca. Ha de suponerse que uno trabaja (y dicho sea, de paso, no va a las colas por trabajar) para poder acceder a sus sueños. Pero aun así, como muchos, yo sueño con un cambio, sueño con poder emprender hacia las mil oportunidades que han dejado todas esas empresas que se han ido, sueño con empezar muchas cosas, con ayudar a mucha gente, sueño, aún sueño. Y sueño en mi país. Pero a veces, la desesperanza me quita el sueño, me lo mata de asfixia.

Las colas no descansan, la desesperanza tampoco lo hace. En un país donde ya casi nada se hace y donde lo poco que aún se confecciona vuela en manos de una muchedumbre ávida por cualquier producto, las colas no descansan. El emprendedor piensa, idea y se sobrepone a las dificultades. Pero el emprendedor que no quiere alimentar la corrupción para poder avanzar, se las ve difíciles; cualquier cosa que decidas emprender, como le ocurre al padre de familia que no puede hacer colas, se va a encontrar con el mercado paralelo, con la Venezuela paralela. No hay estructura de costos que se pueda sostener con un mercado paralelo; no hay consumidor que tenga tanto bolsillo para pagar la corrupción a todas sus escalas.

Un artículo de opinión en un periódico afecto al gobierno daba cuenta de un “chavismo execrado”, como una suerte de subclase desterrada de las prebendas del poder. Otro artículo (allí mismo), en referencia al chavismo execrado decía algo más que interesante, poético y que me permito citar: “la periodista define el verbo Execrar y dice que "…es sinónimo de abominar, aborrecer, odiar, vituperar, detestar desde el fondo del alma y tener una profunda aversión…" Eso, más o menos es lo que siente sobre sí el execrado CHAMISTA (viene de chavista maltratado), que sobrevive dentro del entorno chavista, sabiendo que no lo quieren, pero que no puede irse porque cree en un proyecto histórico de justicia por el cual ha luchado

Amigos de un lado y del otro, díganme con el corazón en la mano si esa redacción no les retrata, con las diferencias que pueda haber en cada situación. Yo cada vez siento más que, al margen de cualquier distinción política, somos millones los venezolanos execrados. Vivimos o sobrevivimos en un país gobernado por quienes nos desprecian. Nos execran de nuestras profesiones, de nuestro país, de nuestras oportunidades y de nuestros sueños. Obviamente, es mejor un país paralelo, un país execrado, pues el que se queda tiene que acostumbrarse a estar al margen o a pagar para que lo incluyan. El que se queda no protesta ni exige, las colas y los sobresaltos no le dejan tiempo.

Hoy somos muchos los ciudadanos execrados, son muchos los que se debaten entre seguir pedaleando o saltar del bote. Los patronos, los pocos que quedan, hacen maromas para morder la bala y aunque algunos pagan hasta en verdes lechugas el emprendedor no puede vivir con las alas rotas. Si los buenos se van no es culpa de las empresas, es culpa de los buenos que se quedan y no luchan, de los que no se reinventan y de los que se dejan execrar.

No vivamos más en un país de execrados, cuando los que deben serlo son quienes nos dicen qué hacer, qué comer, cuándo comprarlo y cómo pagarlo. Vivimos una libertad bastante menguada, cada vez más menguada.

La indignación, en estas tristes horas de nuestra historia patria, no tiene color ni distinción política.

Ángel Mendoza / Abogado

@angelmendozaqui