Cuando hablamos de “dolarización” nos referimos en un sentido más amplio a la sustitución de una moneda nacional por otra moneda, generalmente aceptada como moneda reserva, que va más allá del dólar e incluye al Euro y probablemente el Yen japonés. Y cuando hablamos de Socialismo del Siglo 21 nos referimos no al que existe en Venezuela, sino la derivación ecuatoriana del mismo aplicada por Rafael Correa, quien, si bien ya encontró al país dolarizado al llegar al poder, entendió que era una mala idea desmontar ese sistema que gozaba y todavía goza de un 90% de aceptación entre los ecuatorianos.

Pregúntale a cualquier ecuatoriano o, mejor, a cualquier venezolano ex profesor de la USB que aquí ganaba $100 mensuales y ahora recibe $5,000 en una universidad ecuatoriana por enseñar exactamente las mismas materias, sin el riesgo de ser asaltado en cualquier momento. Ambos le dirán que están abiertos a discutir cualquier política económica que pueda ocurrírsele a algún adalid del “estado benefactor”, pero siempre y cuando ésta no altere el esquema dolarizado existente.

La reflexión es oportuna, porque ante el incremento exponencial de la liquidez monetaria que el gobierno no parece estar en capacidad de frenar, una reforma monetaria se hace más que inevitable, tal vez en cuestión de meses. En principio esa reforma podría asumir, o mejor dicho, podría haber asumido, alguna de las muchas modalidades que se han aplicado en otros países, si no fuera porque los desequilibrios han llegado a niveles inmanejables. Por lo tanto pareciera que la decisión que se requiera se tomará por inercia, tal como sucedió en Zimbawe y también en Ecuador, lo que va a significar que probablemente la dolarización será la única opción viable.

La inmensa mayoría de los economistas independientes ven esto como un anatema, pues lamentan la “falta de flexibilidad económica” que significaría que el BCV no pueda emitir moneda. En sus argumentos se incluye claro está la premisa de que esa emisión sería prudente y no alocada, y tal vez administrada por ellos mismos como directores del BCV. Ahora bien, si le pregunta al ciudadano común, para quien el dólar libre ya se volvió el marcador de los principales productos que adquiere, si desea que su sueldo, de las pocas cosas que aún no están dolarizadas en la economía venezolana, se pague en dólares, la respuesta no se hará esperar.

Y es que la economía nacional está ya a un paso de dolarizarse por sí sola, y si ese proceso se perfecciona, va a tener la ventaja de significar una gigantesca transferencia de recursos del pequeño grupúsculo de funcionarios poderosos que tienen monopolizado el acceso a los dólares, a la ciudadanía en general.

Una de las lecciones que se puede aprender de la experiencia ecuatoriana, es que la dolarización le pone una gran camisa de fuerza a la burocracia gobernante. Ya que ésta al no poder imprimir billetes de poco valor, solo tiene dos alternativas para cumplir sus promesas clientelares: o aumenta impuestos directos de inmediato cobro como el IVA o un impuesto a las transacciones bancarias, o liquida activos vendiéndolos al mejor postor. Claro que para que el valor de esos activos se aprecie, tendrán que ofrecer un marco legal estable y creíble que incentive a los particulares a adquirirlos, todo un cambio de cultura para el SS21 venezolano.

Dos precios serán cruciales en el momento que se produzca la dolarización: La tasa de cambio, y la fijación del salario mínimo en dólares. Si éste último se fija demasiado alto, aumentará significativamente el desempleo, y si es muy bajo la protesta social se hará sentir. Pero tomando en cuenta que en estos momentos el salario mínimo (lo que cobran los pensionados) a dólar libre es $11.48 por mes y el ingreso mínimo (incluyendo el cestaticket) $ 29,50, pareciera que hay espacio para fijar un nivel inicial adecuado que de paso mejore substancialmente la condición de los asalariados.

Aurelio F. Concheso / Ingeniero

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@aconcheso