El debate sobre la pertinencia del llanto en los pasillos de la oficina adquiere más importancia, en una coyuntura mundial en la que las emociones están a flor de piel. ¿Llorar en público puede afectar su profesionalidad? Al nacer, el llanto es el primer signo de vida y salud de un bebé. Así llegamos todos los humanos sanos al mundo: llorando. Sin embargo, el significado que se le atribuye a las lágrimas, se transforma conforme los recién nacidos se convierten en adultos: deja de ser sinónimo de vitalidad para asociarse con vulnerabilidad.


Mientras que figuras públicas como Donald Trump aún asumen el llanto como debilidad; otros líderes como el gobernador de Massachusetts, Charlie Baker, el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, y el ex presidente Barack Obama han desligado su emocionalidad del tabú y han llorado, teniendo al mundo entero como público. En escenarios empresariales más locales, la discusión sigue viva y reforzando estereotipos de género: algunos entienden llorar en la oficina como falta de competencia, signo de flaqueza y recordatorio de una fragilidad indeseable. Especialmente, si las lágrimas provienen de un hombre.


Según una investigación realizada por la autora Anne Kreamer, para su libro It’s Always Personal: Emotion in the New Workplace, 41% de las mujeres admiten haber llorado alguna vez en su trabajo, mientras que tan solo un 9% de hombres reconocer haberlo hecho. Esto responde a que, “socialmente a los hombres no se les valida la emoción de la tristeza; del mismo modo que a las mujeres, no se les reconoce la rabia al asociarla con histeria. Afortunadamente, estos estereotipos han ido cambiando, pero hay que seguir transformándolos”, explica Marcela Valle Cuéllar, psicóloga logoterapeuta, tallerista y conferencista.


Estas creencias están muy lejos de la realidad biológica del llanto: “Llorar es un proceso natural y autónomo, un modo de expresar una o más emociones de una gama amplia de posibilidades: tristeza, rabia, felicidad, impotencia, frustración, miedo”, asegura Valle Cuéllar. Como en una sala de partos, el llanto es parte fundamental de estar vivo en la adultez. Y, precisamente, porque son seres vivos quienes protagonizan una compañía, la emocionalidad no puede desconectarse durante el horario laboral.


“Me niego a creer que somos una persona de lunes a viernes de 9 a 5, y otra distinta por las noches y el fin de semana. Todos somos humanos, tenemos sentimientos y no pasa nada por compartirlos en el trabajo"; dijo en una entrevista Sheryl Sandberg, directora de operaciones de Facebook, quien ha admitido haber llorado en su trabajo.


¿Está bien, entonces, llorar públicamente?


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El llanto —expresión de una emoción que puede manifestarse en cualquier momento de la vida, y del día, de cualquier ser humano—, no es catalogable dentro de esferas morales. “Las emociones no son buenas ni malas, son solo emociones. Lo que es bueno o malo es lo que el individuo decide hacer con ellas”, complementa la especialista. Tanto prima la gestión de sentimientos sobre ellos, en sí mismos, que del horror bélico han surgido expresiones artísticas hermosas y reconfortantes. El Guernica, de Pablo Picasso, refleja el dolor de la Guerra Civil española, por ejemplo.



Más que negar las emociones sentidas —algo que sucede tradicionalmente desde la crianza—, es importante identificarlas, vivirlas y gestionarlas de la mejor manera: llorando, pintando un mural, escribiendo, haciendo ejercicio o a través de cualquier actividad que sea catártica para el individuo. En efecto, llorar en el trabajo puede ser una gestión adecuada y traer beneficios personales: “Libera el estrés originado por la emoción, lo que permite ser más productivo, comprensivo y consciente de la realidad; promueve la autoconfianza, autorregulación y autoconocimiento”, explica Pilar Forero Velandia, coach profesional de vida e inteligencia emocional.


Además, puede crear una cultura organizacional más fuerte: “Genera empatía, compasión, solidaridad, una visión integral del ser humano; y fomenta relaciones más profundas y significativas y un mayor cuidado del otro”, complementa Forero, quien es pupila del reconocido autor Daniel Goleman. También puede ser sinónimo de estar comprometido con la labor: “Llorar, además, significa que la empresa me importa, que el rol es relevante y tiene sentido en la vida porque, de no serlo, no habría una conexión emocional al desempeñarlo”, agrega Valle.


Por otro lado, asociar llanto con debilidad puede generar entornos tóxicos con un nivel bajo de inteligencia emocional y picos altos de desconfianza; algo que puede deberse a estereotipos culturales transmitidos generacionalmente. “Se ha hecho un gran énfasis en racionalizar las emociones y muchas personas, no están familiarizadas con las formas de expresarlas. Y peor aún, no se admiten vivirlas y validarlas en los demás”, explica la terapeuta Marcela Valle.


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Ser consciente del propio sentir se traduce también en una comprensión más profunda del ajeno. “En la medida en la que se reconocen las emociones propias, crece la empatía y el entendimiento hacia los demás”, complementa la psicóloga. Convencida de que la pandemia es un momento ideal, para reconocernos humanos y trabajar en el entendimiento mutuo de las personas. “Las personas no cambian a menos de que haya una razón. La pandemia es una oportunidad de cada cien años, no solo para creer en el cambio, sino también para impulsarlo. La pizarra ha sido limpiada. No hay vuelta atrás. Olvídate de hablar sobre el futuro, el futuro es ahora. Este es el momento de eliminar el velo de la arrogancia y revelar la realidad de la vulnerabilidad”, escribió el CEO de Korn Ferry, Gary Burnison, el pasado mayo en su sitio web.


Sin embargo, el sano equilibrio nuevamente se hace necesario. Un llanto excesivo, constante y del que no se puede identificar la causa, dentro o fuera del trabajo; más que signo de armonía emocional, puede ser una señal de alarma sobre posibles desórdenes emocionales, como depresión o ansiedad. Quizá sea el acercamiento al llanto uno de los factores que diferencian a los jefes, de la vieja usanza de los líderes del futuro. “Un líder real admite la emocionalidad propia y ajena, y se comunica con los demás desde la esencia del ser humano, de la que hace parte llorar. La mentalidad del liderazgo no asocia el llanto con debilidad; muy al contrario, reconoce el gran valor y autenticidad que requiere admitirse vulnerable”, concluye Valle.




Actualidad Laboral / Con información de Capital Humano by Colsubsidio