Venezuela, esa tierra maravillosa que Dios bendijo con casi todo lo que puede necesitar un ser humano para ser feliz, hoy en día atraviesa una de sus peores crisis y como en toda crisis, es fundamental entender el entorno y estar preparado.

Para la fecha hay muchas opiniones de expertos sobre lo que probablemente ocurra con el sistema cambiario con su impacto correspondiente en el bienestar (o malestar) del venezolano. Sin embargo, quisiera traducir esto al mundo de las relaciones de trabajo, que es básicamente el motivo que me impulsa a escribir en este espacio. El control de cambio nunca fue bueno en esencia, desde mi punto de vista.

El control de cambio forzó a quienes denomino la generación CADIVI (a la cual pertenezco), a afrontar la vida adulta pensando en dólares baratos. Esta generación pensaba que tenía derecho a un viaje al exterior cada año a dólar barato, a un celular de 900 dólares baratos y a traer cosas baratas para revender lo más caro que se pudiera (incluyendo el dólar barato). Nadie quita que todo esto es un derecho de cualquier adulto, esto y más, pero para muchos todas estas situaciones comenzaron a implicar una facilidad tal que dejaron sus trabajos para traer cosas a dólar barato; para vivir del cambio de la remesa o simplemente para “raspar” y vivir del “raspe”.

Paralelamente existió una generación CADIVI de empresarios, que viendo la facilidad de traer productos baratos que se venderían como pan caliente, crearon empresas de importación de bicicletas, automóviles, artículos personales y alimentos. Centenares de productos “baratos” comenzaron a obligar a los empresarios veteranos a cerrar o repensar sus negocios, pues era imposible competir. Muchas empresas se asfixiaron entre leyes laborales, prohibiciones, impuestos, cargas administrativas, permisos y gente que no producía en el país y que empleaba una veintena de personas vendiendo más que quien creaba empleo productivo para miles. Y miles de empresas cerraron.

Esos trabajadores en la calle, la misma generación CADIVI, seguían ávidos de dólares y de dinero fácil. Venezuela, en muchos sentidos, se convirtió en la cuna de la fortuna de quienes solo traían al país el producto de manos extranjeras o, simplemente, traían moneda extranjera con fines especulativos. Todos querían ser empresarios CADIVI, solo bastaba cumplir con todos los permisos, solicitar las aprobaciones y con apenas 15 empleados buscabas quien distribuyera y listo. Al menos estas personas creaban pocos empleos y se ganaban la lotería. Muchos se ganaban el loto sin siquiera jugarlo.

Esa avidez por el dólar barato era insostenible. El petróleo daba para mucho y probablemente hubiese seguido dando para más con algo de disciplina. Pero la disciplina implica unas reglas de comportamiento para mantener el orden y la subordinación; en nuestro caso, nada de orden pero mucha subordinación.

Así siguieron las cosas, carpetas iban y carpetas venían en la interminable travesía por obtener el dólar barato. Hasta que la falta de ahorros (de la República) no permitió esta situación y en lugar de castigar al ganador del loto que no compró nunca el billete, se castigó a la gente. Nos dijeron entonces que se acababa SITME, después que se acaba el dólar a 4,30 para darle paso al 6,30. Después que se mantenía el 6,30 para todo el año 2014 y muy pocas empresas pudieron ver este dólar. El esquema siempre fue insostenible y solo era (o es) cuestión de tiempo para entenderlo.

Este año dicen que unifican el SICAD, pero realmente están unificando el valor del dólar pues el dólar de 6,30 no existió durante 2014 y probablemente no existirá tampoco durante 2015. Realmente no hubo 3 tipos de cambio en 2014. Se supone que ese dólar era para “la protección de la alimentación y la salud del pueblo” y eso explica por qué es tan difícil conseguir alimentos a precios regulados o medicinas a cualquier precio. Ese dólar es un artículo ornamental que acompaña la conversión del salario mínimo y otros indicadores para maquillar la crisis, pero realmente el asalariado ya no se beneficia de este dólar cuando hace mercado, cuando necesita medicinas o cuando, simplemente, le provoca tomarse un agua mineral (suponiendo que la consiga).

Si el tipo de cambio sería el más alto de los SICAD (sabemos que no va a ser el más bajo) el salario mínimo recién aumentado de Bs. 5.622,47 mensuales equivale simplemente a 108,12 dólares americanos. Los invito a revisar los salarios mínimos en Bolivia, Guatemala, Nicaragua o El Salvador, donde no hay escasez ni bachaqueros. Si hacemos la conversión al dólar que realmente se consigue, en ese caso un venezolano con salario mínimo ganaría aproximadamente 30,55 dólares americanos mensuales.

Entonces, si la cantidad de bolívares en la calle según el BCV nos da a pensar que el dólar está en un poco más de Bs. 90, es posible esperar que el barato ahora cueste 60 pero nunca 6,30.

Los anuncios económicos dejaron a muchos como quedaba yo cuando niño en los certámenes de belleza: nunca entendía las medidas de la modelo cuándo las narraba Gilberto Correa. En este caso, estas medidas no se entienden pues podemos creer en 90 o 60 pero en 6,30? Como dice el comediante, una cosa es que le vean a uno la cara; otra, que estén convencidos que uno es. El incremento de salario mínimo es otro mal chiste, pues como siempre he dicho, el problema no es el salario sino las políticas públicas tan desacertadas que lo pulverizan.

Ángel Mendoza / Abogado

@angelmendozaqui