Los indicadores estadísticos utilizados para evaluar las condiciones del mercado de trabajo dan cuenta de una variedad de asuntos no resueltos. Si bien el desempleo ha mostrado una importante tendencia a la baja, aún se mantiene una cifra considerable de trabajadores en el sector informal de la economía, así como un porcentaje importante de la masa laboral sin los mínimos beneficios de seguridad social y estabilidad y con ingresos en torno al salario mínimo.

Aunado a ello en la actualidad, el país vive en un contexto de crisis social y económica sin precedentes y el mercado laboral es uno de los aspectos que lo revela sin sombras. Son numerosos los llamados de atención sobre las serias dificultades del aparato productivo e incluso sobre el retroceso que éste ha experimentado. A mediados de los años 50 el país había logrado avances relevantes materia de producción y actividad económica que se evidenció en un auge nada despreciable del parque industrial nacional. Hoy en día, no solamente ha disminuido de forma alarmante este aparato productivo, a ello se suma la amenaza contra la propiedad privada y la inseguridad jurídica, requisitos básicos para la promoción de la inversión y el desarrollo económico.

El esfuerzo que se había hecho a mediados del siglo pasado se tradujo, para una parte de la población, en una alta valoración de la educación y del trabajo como las principales vías de superación personal y movilidad social ascendente. Sin embargo, no puede dejarse de lado que la permanente renta petrolera que ha caracterizado nuestra economía, también delineó a otra parte de la población, para quienes el esfuerzo educativo y laboral no fue necesario para lograr un ascenso social incluso de forma acelerada.

Este devenir económico y social modela la cultura laboral o la cultura de trabajo del venezolano, entendida en palabras de Samuel Hurtado como el “…modo de producir significaciones sobre el trabajo como acción social”. Una primera aproximación a ella es a través de los modos en que nos referimos al trabajo. Todos hemos escuchado afirmaciones del tipo: “trabajo porque no me queda más remedio”, “no estoy haciendo lo que me gusta”, “tengo que trabajar” o “el trabajo es mi castigo”; sin contar con aquellos para quienes tener un “quince y último” como comúnmente se reconoce a un asalariado, es visto como alguien que no “quiere salir de abajo”, lo que posiblemente nos habla de una subvaloración del empleo asalariado frente a una sobrevaloración de la actividad por cuenta propia.

El trabajo es uno de los principales vínculos sociales, el cual se encuentra determinado por el contexto social y económico, y este trabajo, esta actividad que hacen los sujetos a lo largo de sus vidas, es decir, esta trayectoria laboral termina modelando de alguna forma al tipo de ciudadano con el que cuenta el país. Frente a esto surge casi de forma inmediata una inquietud ¿qué pasa con la cultura laboral en el actual contexto de profunda crisis? Frente a la actual coyuntura, se observa con preocupación, por ejemplo, el surgimiento de “nuevas ocupaciones” como el “bachaqueo”, el “guarda puesto” de las largas colas para obtener productos de primera necesidad, o aún más allá, el que considera que “presta un servicio” cuando le hace las compras a otros con mayor poder adquisitivo sin tiempo para hacer colas. Se trata de transformaciones que van en detrimento de lo que debería significar el trabajo para un sujeto y para el colectivo, es decir, el trabajo productivo. Sería muy preocupante que el significado del trabajo como valor se esté devaluado como nuestra moneda.

Genny Zúñiga A. / Sociólogo

@azunigaa