Por una serie de motivos, es prácticamente imposible retratar con exactitud el dramático grado de destrucción a la que ha sido sometida la economía venezolana en virtud de las políticas económicas y sociales de eso que sus partidarios califican como “socialismo del siglo 21”. Una dificultad no menor para hacer esa cuantificación surge del hecho de que hace años que el gobierno venezolano comenzó una política de no divulgación, por no decir ocultamiento deliberado, de cifras claves de medición. El BCV no publica cifras de inflación o crecimiento económico (decrecimiento más bien) desde diciembre de 2015 en el primer caso y 2014 en el segundo; las cifras de desempeño eléctrico se borraron de las pantallas hace años, al igual de todas aquellas relacionadas con la salud, las epidemias, las de producción petrolera no cuadran con las de las fuentes secundarias confiables, y así sucesivamente.

Pero la verdad es terca y sale a relucir, no solo en las caras de desesperación de una cada vez mayor proporción de la población que se ve obligada a hurgar en las bolsas de basura de los edificios, restaurantes y mercados para sobrevivir. El promedio de pérdida de peso de los venezolanos que oscila entre 8 y 18 kilos según quien saque las cuentas, y por supuesto las cifras de fuentes secundarias o indirectas que los organismos internacionales logran recopilar.

No hace falta tampoco atiborrar al lector con resmas de estadísticas, para darse cuenta de la destrucción que ha tenido lugar, pero si es importante estar conscientes de ella, para que quienes lo estén, se inoculen con una dosis de realidad sobre cuánto daño pueden hacer vendedores de baratijas ideológicas desactualizadas cuando se les permite mal gobernar a sus anchas sin control de ninguna especie.

Una de las promesas más recurrentes del SS21 era la derrota de la pobreza, pero resulta que la pobreza los ha derrotado a ellos. En 1997, la pobreza en hogares de Venezuela era de 44%, y la pobreza extrema 7%, a estas alturas, sin contar aún con el deterioro adicional de un año desde la última medición confiable, la pobreza esta en 60% y la pobreza extrema en 25%. No debe sorprender entonces, que el ingreso per cápita haya retrocedido a niveles de 1965, que la economía se haya contraído 35% desde 2013, y que de los 12 principales países latinoamericanos que miden esos organismos, hemos descendido de l° al 9° lugar. En términos concretos eso significa que el Producto Interno Bruto, es decir el tamaño de la economía, ha pasado de $ 380 mil millones en 1997 a poco menos de la mitad, tan solo $ 175 mil millones en 2016.

Lo más grave es que el deterioro no solo continúa sino que más bien se acelera, mientras se toman medidas de ajuste a medias, como la reciente devaluación del Dicom de Bs 727 por dólar a Bs 2,000, con un alto costo social, sin que las mismas presagien una luz al final del túnel. Interesante notar que a pesar de esa macro devaluación, la tasa que se dice protegida, es decir protegida para los protegidos del régimen, se mantiene en la inexplicable cifra de Bs 10 por $. Mientras tanto, la hiperinflación sigue su incesante camino en la ruta a cuatro dígitos a la que la desordenada impresión de dinero, y un déficit de las cuentas fiscales en exceso del 20% seguramente la llevará a nuevos niveles, como pronostican el FMI (1700% es su cálculo para 2107 de seguirse la actual ruta de destrucción) y la CAF (cuyo estimado más “conservador” es de 1000%).

¿Designio explícito o incompetencia supina? Que el lector escoja, pero es bueno reflexionar antes de hacerlo, que siempre hay ganadores y perdedores en la rifa económica, hasta en Corea del Norte, así sea como en ese país donde solo el 5% de la población está entre los primeros y el otro 95% entre los últimos.

Aurelio F. Concheso / Ingeniero

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@aconcheso